sábado, 12 de julio de 2008

El ejercicio de la poesía


Al culminar el siglo XX se sentía el gran temor por el Internet, se advertía como la gran tormenta que parecía devorarlo todo. Yo, acostumbrada al sonido del lápiz que va tanteando la textura del papel, al hecho de tocar los espacios, que los dedos resbalaran por la piel de la palabra, esa misma palabra, que va creciendo hasta alcanzar cualquier altura, yo, en ese ritual de convertir el escritorio y el café en el espacio confidente de las horas, acostumbrada a jugarme la vida frente a una página, en ocasiones, pegada a un verso o a un silencio, creía impensable disfrutar el leer y compartir poesía en Internet.
Dos aspectos me preocupaban: el primero, el de la creación, por cuanto ese nuevo espacio invitaba e invita y seduce y atrapa y contagia hasta hacerse indispensable. ¿Qué tiempo le robaría a la creación? Y el segundo, la lectura. No me imaginaba permanecer mucho tiempo frente a una pantalla sin poder tocar el libro, disfrutar, repasar una imagen una y otra vez y caminar y preguntarle en voz alta a ese autor que jamás me escucharía ¿Cómo lograste esta expresión tan diáfana que se instala en mitad del corazón? Y luego, colocar a mi antojo dos o tres separadores antes de ubicar de nuevo el libro en su pedestal.
Apenas llevamos unos pocos años de este siglo cibernauta y sin embargo, Internet ha llegado también con gomosos, gocetas, creativos, críticos, escépticos, lectores asiduos, escuchas, contempladores, poetas de todos los ámbitos, de todas las latitudes, de los más disímiles idiomas y expresiones para abrir el inmenso abanico del gran arco iris que brinda cada día, cada instante nuevas emociones. Páginas repletas de poesía, crítica y comentarios que propician la lectura. Algunos protagonistas con quienes se puede disfrutar una conversación anulando kilómetros y millas y millas de distancia. Esa magia se logra con sólo un abrir una ventana a la expresión.
Ahora, la poesía no sólo es el pacto entre dos personas, se ha convertido en el pacto múltiple, un disfrute individual y colectivo. Cada quien sigue haciendo su lectura propia, sólo que ahora, la poesía llega a muchos más ámbitos, a muchos más lectores, a más gocetas y gomosos del lenguaje metafórico. Como lectores tenemos la libertad de elegir las páginas que seducen, no aquellas que los periódicos nos imponían con sus oleajes sólo del dolor y de la guerra. No los ignoramos, pero ahora podemos elegir, podemos entrar, como se llega a ese recinto sagrado donde la diosa Lectura nos espera.
Aunque el computador es el nuevo aliado, para mí la poesía como creación, continúa siendo el regocijo después de la batalla entre el papel y el lápiz, la conjugación entre la intuición propia y las otras que nos circundan, con las que tropezamos o somos acariciados.
La letra sigue volando desde la página, el verso adquiere voz, emerge de manera individual y fuerte. La poesía nos sigue desnudando en el borde del abismo. Nos hunde en profundidades de fango, para luego lanzarnos como volcanes con su fuego y brillo hacia la cima. La poesía sigue siendo el riesgo, el trance de asumirnos y ante todo, el peligro de encontrarnos.
Aunque el computador se convirtió en la otra mano indispensable, no he logrado remplazar la pantalla por el papel, se han vuelto complementarios. El tacto se agudiza, requiero sentir ese deslizarse del lápiz con su leve sonido sobre el papel. Incluso, ahora llevo conmigo una libreta de diversas texturas. Sus páginas se encargan de atrapar los relámpagos y las estrellas fugaces. Al llegar al escritorio me sorprenden con su memoria. Una vez logrado el temple, cuando el poema es libre y se escapa de las manos puede llegar al espacio cibernauta, allí compartirá con otras miradas, emprenderá su vuelo magistral.

La pantalla es la otra lectura, la nueva oportunidad, la nueva y múltiple ventana, a donde se llega con la emoción del encuentro.

Ese otro yo, que es el libro, no ha cambiado, por el contrario se ha vuelto más confidente, se acerca, se convierte en la otra forma, en el afecto, reposa en la almohada, acompaña hasta el oficio cotidiano, regresa, acoge, compone, descompone, disipa y vuela.
La expresión asume el riego, suelta a diestra y siniestra su veredicto, atrapa al sediento, invade todos los rincones y pellizca las ilusiones del que sueña.
El verso despierta al leerlo, se pone sus mejores galas, adquiere tono, intensidad y voz y nos vuelca sobre los hombros el universo entero. Saltan las palabras enlazadas de amor. Como torrentes de agua se precipitan sobre el rostro para encontrar la verdadera esencia, para tocarnos e invadirnos. En realidad, el poema es el sonido tuyo y mío, es el corazón que enamora y atrapa.
El poema vibra desde el libro –ahora también desde la pantalla- Es de carne y hueso, en tu voz y en la mía gana sonido, adquiere impulso y desde tus pupilas y las mías vuela.

Esta es mi vibración que espera encontrase con la emoción para que vuele en tu mirada.

Sin-razones de la poesía

La poesía es daga que apunta
directo al corazón encabritado.
Incendio que gana astucia entre los vientos
trinchera y designio para los secretos.
Bálsamo y abrigo para los viajeros
ungüento y aceite de ternura y de afecto.
Hurga las heridas y almacena la caricia.
Con el torrente del alma teje las palabras
y ancla la mirada en el temblor del sollozo.
La poesía atrapa el relámpago y el instante
se juega la vida al borde o en mitad del precipicio.
Rompeolas ante el mar embravecido
Vela para el barco y corazón de los juguetes
playa que busca la huella de los sedientos
confidente de especies saltarinas y calladas
hoguera que se multiplica con el beso.





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